Canta triste la abubilla,
Bajo una lluvia muy
fina,
Mientras un hombre
camina
Dirigiéndose a la villa.
Lo acompaña una mujer
Que porta un chiquillo
en brazos
Y trata de apurar su
paso.
Ya comienza a amanecer
Y el bosque da sus
bostezos,
Se despiertan los
lobeznos
Que ya piden que comer.
Y por entre la maleza
Van rasgando sus
harapos,
Pues visten con unos
trapos,
Tan inmensa es su pobreza.
En su cabaña tan fría,
En medio del bosque
sita,
El niño que ahora
tirita,
Contrajo una pulmonía.
Por las noches no
dormía,
Presa de malignas
fiebres,
Porque en el pobre
pesebre
La humedad lo consumía.
Y pese a todo el amor
Que los padres desplegaban,
En sus flemas él se
ahogaba
Y lloraba de dolor.
Vamos a ver al doctor
Que Manolito se muere
Le está subiendo la
fiebre
¡Qué nos ayude el
Señor!
Y Manuel cogió al
pequeño,
Su zurrón y su varal
María, ponte el sayal
¡Lo llevamos al galeno!
Y ahora la lluvia
inclemente
Se derrama por sus caras
y se mezcla con las
lágrimas
que ella derrama en
torrentes.
¡Señor, en nuestra
miseria
A tus milagros invoco.
Para ti supone poco
Para mí, es la vida
entera!
Cuando Lázaro murió
La vida le devolviste
Y en Canaán todos
bebisteis
Cuando el vino se acabó.
Yo solamente te pido
Que no dejes que se
muera,
Señor, por lo que más
quieras,
Mi hijito tan querido.
Y así la madre
imploraba
Mientras la lluvia caía
Incesante, fina y fría,
Para mojar sus palabras.
Arribaron a la villa
Pasadas ya varias horas
Y con prisas, sin
demora,
Abrieron una cancilla.
Golpearon las aldabas
De la puerta del doctor
Y no una vez, sino dos.
Les recibió la criada.
Don José está en el bar,
Les informó la mujer,
Y hasta el atardecer
Seguro no ha de llegar.
A la taberna corrieron
Como Sagrada Familia,
Cuando en horas de
vigilia
Del rey Herodes huyeron.
Entraron en el garito
Que olía a tabaco y
vino
Un tugurio poco fino
Que regentaba Benito.
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Y el médico allí libando,
Cómodamente sentado
Con los naipes en la
mano
Con el maestro jugando.
Las copas se disputaban
Con voraz tacañería,
Pues de los dos, quien
perdía
Aquella ronda pagaba.
Y no estaban para
gastos,
Eran de cartera arisca,
Y en el juego de la
brisca
Estaban triunfando
bastos.
El maestro, Nicolás
Tenía el tres en la
mano
Y el médico muy ufano,
De bastos llevaba el
as.
El muy ladino
esperaba,
Del maestro en
bancarrota,
Una inminente derrota
En la próxima jugada.
Fueron interrumpidos
En su gran
concentración
Por frases en aluvión
De aquellos dos
campesinos.
D. José se lo rogamos
Que nuestro hijo se va
Casi no respira ya.
¡A usted se lo confiamos!
Y el galeno, asaz hierático,
En la silla de aquel
bar,
No hizo más que violar
El juramento
hipocrático.
¡Dejadme en paz
puñeteros
Que no será para tanto,
Sentaos en aquel banco
Y esperad que acabe el
juego!
Transcurrían los
minutos
Y el maestro sin ceder,
Con el tres en su poder.
De perder, ya darse un
gusto.
El doctor se relamía
Con el as como una
maza,
Pues en la siguiente
baza
Ganador ya se sabía.
Y ajena al indigno
doctor
Aquella pobre criatura
Entre el humo de
frituras,
Daba el último
estertor.
María casi demente
Y rota por el dolor,
Dio un grito de terror
Que estremeció a los
presentes.
Manuel observó al
doctor
Como un feroz animal,
Y tomando su varal
Se acercó al jugador.
Le golpeó en la cabeza
Con la rama de algarrobo,
Como hacía con los
lobos
Que acechaban sus
ovejas.
La sangre mojó el
tapete
Y aquel médico
arrogante
Con todo el rostro sangrante
Se cayó del taburete.
Y en el suelo una carta
Sobre la sangre flotaba:
As de bastos que ganaba
Aquella partida infausta.
Luego del crimen nefasto,
E interrogado el maestro,
Este dijo aún traspuesto:
¡Sin duda triunfaron bastos!
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