jueves, 26 de junio de 2014

Triunfaron bastos

Canta triste la abubilla,
Bajo una lluvia muy fina,
Mientras un hombre camina
Dirigiéndose a la villa.

Lo acompaña una mujer
Que porta un chiquillo en brazos
Y trata de apurar su paso.
Ya comienza a amanecer
Y el bosque da sus bostezos,
Se despiertan los lobeznos
Que ya piden que comer.

Y por entre la maleza
Van rasgando sus harapos,
Pues visten con unos trapos,
Tan  inmensa es su pobreza.

En su cabaña tan fría,
En medio del bosque sita,
El niño que ahora tirita,
Contrajo una pulmonía.

Por las noches no dormía,
Presa de malignas fiebres,
Porque en el pobre pesebre
La humedad lo consumía.

Y pese a todo el amor
Que los padres desplegaban,
En sus flemas él se ahogaba
Y lloraba de dolor.

Vamos a ver al doctor
Que Manolito se muere
Le está subiendo la fiebre
¡Qué nos ayude el Señor!

Y Manuel cogió al pequeño,
Su zurrón y su varal
María, ponte el sayal
¡Lo llevamos al galeno!

Y ahora la lluvia inclemente
Se derrama por sus caras
y se mezcla con las lágrimas
que ella derrama en torrentes.

¡Señor, en nuestra miseria
A tus milagros invoco.
Para ti supone poco
Para mí, es la vida entera!

Cuando Lázaro murió
La vida le devolviste
Y en Canaán todos bebisteis
Cuando el vino se acabó.

Yo solamente te pido
Que no dejes que se muera,
Señor, por lo que más quieras,
Mi hijito tan querido.

Y así la madre imploraba
Mientras la lluvia caía
Incesante, fina y fría,
Para mojar sus  palabras.

Arribaron a la villa
Pasadas ya varias horas
Y con prisas, sin demora,
Abrieron una cancilla.

Golpearon las aldabas
De la puerta del doctor
Y no una vez, sino dos.
Les recibió la criada.

Don José está en el bar,
Les informó la mujer,
Y hasta el atardecer
Seguro no ha de llegar.

A la taberna corrieron
Como Sagrada Familia,
Cuando en horas de vigilia
Del rey Herodes huyeron.

Entraron en el garito
Que olía a tabaco y vino
Un tugurio poco fino
Que regentaba Benito.

Y el médico allí libando,
Cómodamente sentado
Con los naipes en la mano
Con el maestro jugando.

Las copas se disputaban
Con voraz tacañería,
Pues de los dos, quien perdía
Aquella ronda pagaba.

Y no estaban para gastos,
Eran de cartera arisca,
Y en el juego de la brisca
Estaban triunfando bastos.

El maestro, Nicolás
Tenía el tres en la mano
Y el médico muy ufano,
De bastos llevaba el as.

El muy ladino esperaba,
Del maestro en bancarrota,
Una inminente derrota
En la próxima jugada.

Fueron interrumpidos
En su gran concentración
Por frases en aluvión
De aquellos dos campesinos.

D. José se lo rogamos
Que nuestro hijo se va
Casi no respira ya.
¡A usted se lo confiamos!

Y el galeno, asaz hierático,
En la silla de aquel bar,
No hizo más que violar
El juramento hipocrático.

¡Dejadme en paz puñeteros
Que no será para tanto,
Sentaos en aquel banco
Y esperad que acabe el juego!

Transcurrían los minutos
Y el maestro sin ceder,
Con el tres en su poder.
De perder, ya darse un gusto.

El doctor se relamía
Con el as como una maza,
Pues en la siguiente baza
Ganador ya se sabía.

Y ajena al indigno doctor
Aquella pobre criatura
Entre el humo de frituras,
Daba el último estertor.

María casi demente
Y rota por el dolor,
Dio un grito de terror
Que estremeció a los presentes.

Manuel observó al doctor
Como un feroz animal,
Y tomando su varal
Se acercó al jugador.

Le golpeó en la cabeza
Con la rama de algarrobo,
Como hacía con los lobos
Que acechaban sus ovejas.

La sangre mojó el tapete
Y aquel médico arrogante
Con todo el rostro sangrante
Se cayó del taburete.

Y en el suelo una carta
Sobre la sangre flotaba:
As de bastos que ganaba
Aquella partida infausta.

Luego del crimen nefasto,
E interrogado el maestro,
Este dijo aún traspuesto:
¡Sin duda triunfaron bastos!


Inspirado en mi relato del mismo título.
José M. Ramos González. Pontevedra, junio 2014. 

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