Rendido ante la adversidad,
vi como me engañabas
y con otro retozabas.
¡Qué perfidia y qué maldad!
Después de todo el amor
que mi alma generosa,
dulce, gentil, dadivosa,
desprendida te entregó,
tú a cambio me prodigas
burlas infames y sucias
por lo que el dolor me acucia
y se revuelven mis tripas.
Pero el día que este duelo
por tu cariño perdido
haya caído en olvido
y ya no me quite el sueño,
ve preparando tu alma,
porque después de tus chanzas
prepararé mi venganza
con tranquilidad y calma.
Y el día menos pensado,
cuando a salvo tú te creas,
y con mi rival te veas
allí estaré agazapado
y a ambos os sorprenderé
Sin hacer ruido alguno,
y levantando mi puño
al hombre acuchillaré.
Con goce oiré como chillas,
disfrutando de tu horror
viendo el cambio de color
del rosa de tus mejillas.
Y tu horrible palidez
será para mí ambrosía.
¡Mala mujer, puta, arpía!
¡Cállate ya de una vez!
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Acto
seguido te haré
morder
el polvo del suelo,
y
con tu propio pañuelo
tu
garganta apretaré.
Y
entre estertores tus ojos,
de
sus orbitas saldrán
y
lo último que verán
será
mi rictus de gozo.
Cuando
tu bonito cuerpo
se
convierta en masa inerte,
en
la que ha entrado la muerte,
solo
servirá de estiércol
para
abonar esos huertos
sitos en el camposanto
que
cubre con triste manto
a esos millares de muertos.
Serás
en el cementerio
un
cadáver putrefacto
consecuencia
de tus actos
y
el pecado de adulterio.
Pronto
lo haré, pero ¿cuándo?
No
espero tu senectud.
Matándote
en tu juventud
tu
castigo yo adelanto.
Tras
pasar muchos inviernos,
llegado
el último minuto,
No
temeré en absoluto
encontrarte
en el infierno.
Pues
como la venganza nada
resulta
tan placentero,
Es
por ello porque quiero
verte
pronto amortajada.
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José M. Ramos. Junio 2012