domingo, 7 de octubre de 2012

El extraterrestre

A Fredric Brown

Con un frío que pelaba
Me encontraba paseando
Con mi perro san Bernardo,
En una noche estrellada,

Al rato escuché un ruido
En esa noche glacial
Que salía de un zarzal
Y parecía un zumbido.

De pronto me quedé inerte:
Un ser de dos metros veinte
Apareció de repente
Dándome un susto de muerte.

Mi perro Godo ladró,
Y tieso cual monolito,
El ente emitió un grito
Y el can se tranquilizó.

Y para colmo de males
El miedo me atenazaba
Mientras el ser conversaba
Con sonidos guturales.

Y aunque yo no lo entendía
Supe que mi perro Godo
Podía comprender todo
Mediante telepatía.

¡Godofredo!, llamé yo,
El can así se llamaba,
Y él, con torva mirada,
Una risilla esbozó.

Y antes de abrir yo la boca,
Me dijo el perro insolente:
«Pregunta este extraterrestre
Si tú eres mi mascota.»

Allí me quedé anonadado,
Pues Godofredo me habló
En un perfecto español
Y me sentí humillado.

Pues aquel ser repelente,
Que a mi me asustaba mucho,
Se creía que mi chucho
Era el más inteligente.

Y ante mi gran estupor
Me vi sentado en mi cama,
Llena de sudor la sábana,
Sonando el despertador.

Tras la ducha me sentí
Con fuerzas y ya repuesto,
Tomé dos huevos revueltos
Y me dispuse a salir.

Estaba de maravilla
Y me encontraba animado
Habiéndome ya olvidado
De la horrible pesadilla.

Cuando a la puerta llegué
Oí a Godo que decía:
«¡Hola amo; Buenos días!».
Entonces me desmayé.
Inspirado en el relato de Fredric Brow, Flapjack, los marcianos y yo.
José M. Ramos González. Octubre 2012.