A Fredric Brown
Con un
frío que pelaba
Me
encontraba paseando
Con mi
perro san Bernardo,
En una
noche estrellada,
Al rato escuché un ruido
En esa
noche glacial
Que salía
de un zarzal
Y
parecía un zumbido.
De
pronto me quedé inerte:
Un ser
de dos metros veinte
Apareció
de repente
Dándome
un susto de muerte.
Mi
perro Godo ladró,
Y tieso
cual monolito,
El ente
emitió un grito
Y el
can se tranquilizó.
Y para
colmo de males
El miedo
me atenazaba
Mientras
el ser conversaba
Con sonidos
guturales.
Y
aunque yo no lo entendía
Supe que
mi perro Godo
Podía comprender
todo
Mediante
telepatía.
¡Godofredo!, llamé yo,
El can
así se llamaba,
Y él,
con torva mirada,
Una risilla
esbozó.
|
Y antes
de abrir yo la boca,
Me dijo
el perro insolente:
«Pregunta
este extraterrestre
Si tú
eres mi mascota.»
Allí me
quedé anonadado,
Pues Godofredo
me habló
En un
perfecto español
Y me
sentí humillado.
Pues
aquel ser repelente,
Que a
mi me asustaba mucho,
Se creía
que mi chucho
Era el
más inteligente.
Y ante
mi gran estupor
Me vi
sentado en mi cama,
Llena de
sudor la sábana,
Sonando
el despertador.
Tras la
ducha me sentí
Con fuerzas
y ya repuesto,
Tomé
dos huevos revueltos
Y me
dispuse a salir.
Estaba
de maravilla
Y me
encontraba animado
Habiéndome
ya olvidado
De la
horrible pesadilla.
Cuando
a la puerta llegué
Oí a
Godo que decía:
«¡Hola
amo; Buenos días!».
Entonces
me desmayé.
|
Inspirado en el relato de Fredric Brow, Flapjack, los marcianos y yo.
José M. Ramos González. Octubre 2012.
José M. Ramos González. Octubre 2012.