viernes, 6 de abril de 2012

El alma errante


Sufría cruel enfermedad,
Dolor debía soportar,
Pues se hacía de rogar
La Parca en su actividad.

Por fin guadaña blandió
Y a buscarme llegó un día,
Mientras que yo profería
Graves blasfemias a Dios.

Un sacerdote a mi lado
Trataba de confesarme,
Pero después de escucharme
Huyó escandalizado.

Era tal mi sufrimiento
Que a Dios hacía culpable,
De mi dolor responsable
Y de mi estado tan cruento.

Y cuando todo cesó
Acabé dando las gracias
Por acabar mis desgracias
Y el final de aquel dolor.

Mi muerte ya era algo cierto,
Pero de pronto vi un túnel
Que a mi vista no era inmune
Pese a encontrarme muerto.

No me explicaba el misterio,
Y entonces me di de bruces
En un sembrado de cruces:
¡Estaba en el cementerio!

Mi alma, vil pecadora,
Vagaba entre mil fantasmas
Que eran de aquellas almas
Cuyo trance se demora

Por en vida haber pecado
Y deben, por penitencia,
Vivir bajo esa existencia
Y encontrarse en ese estado.

No tuvo límites mi horror,
Y ante aquellos espectros
Rogué a aquel Dios siniestro
Me devolviese el dolor.

Y de pronto desperté
Muy sudoroso en mi lecho
Con la muerte allí, al acecho,
Y recuperada la fe.

Así que, pese al dolor,
Recé hasta quedarme dormido
Pues estaba arrepentido
Por insultar al Señor.

Y cuando la Parca volvió
Blandiendo con su cruel saña
Esa afilada guadaña
Y el alma me arrebató,

Caí en lecho de algodones
Donde unos serafines
Con liras y con clarines
ejecutaban canciones.

Y como se descubre un velo
Supe que eran perdonados
Todos mis graves pecados
Y me encontraba en el cielo.

Ya el dolor me abandonaba,
Ya me encontraba mejor,
Ya me volvía el valor
Y ya el placer me embargaba.

Los angelitos cantores
Seguían con su monserga
Y continuaban su juerga
Con pífanos y tambores.

Yo me empezaba a aburrir
Y a temerme lo peor
Pues al pasarme el dolor
Me quería divertir.

Pero también era consciente
De que en el cielo divino
No bebería buen vino
Ni a moza hincaría el diente.

A un arcángel conminé,
que en una nube sesteaba,
que dijese donde estaba
el hogar de Lucifer.

Al fondo y a la derecha
Me contestó el ser alado
Con rostro de estar cabreado
Por interrumpir su siesta.

Con grandes expectativas
Mi alma allí se dirigió
Con ganas de diversión
Pese a estar en la otra vida.

Y al llegar, un diablillo,
Con un rabo y unos cuernos,
De la puerta del infierno
Alegre corrió el pestillo.

Me recibió Satanás
Que muy amable me dijo:
«¡Seas bienvenido hijo!
Muy bien te lo pasarás…

A placeres no te invito
Pero te puedo jurar
que frío no vas a pasar
y estarás muy calentito.»

Dicho esto me arrojaron
A un caldero de agua hirviendo
Donde ya estaban cociendo
A otros que antes llegaron.

Y horrísonos los lamentos
Se oyen en el infierno,
Donde el dolor es eterno,
Dónde no hay paz ni un momento.

Y mi alma hoy se agobia
hundida en ese caldero
Porque hay que ser majadero
Cayendo en trampa tan obvia.



José M. Ramos. Pontevedra, 7 de abril de 2012