Estando
yo en el Museo
estudiando
un documento,
se
movieron los cimientos
produciéndome
un mareo.
¿Qué
convulsión se anunciaba?
¿Cuál
fue el motivo del susto?
Pues
antes se estaba a gusto
y
el silencio se mascaba.
Un
estampido estruendoso
vino
a llenar la amplia sala.
No
fue detonación de bala
pero
resultó asombroso.
No
hay tormenta tropical,
por
muy intensa que sea
y
aunque se ponga muy fea,
que
consiga trueno igual.
Ocurrió
que mi vecino,
en
mi misma mesa sentado,
se
hallaba en lectura enfrascado
de
Santo Tomás de Aquino
Y
al leer temas teológicos
su
cuerpo mortal olvidó,
su
esfínter se relajó
e
irrumpió lo escatológico.
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Un
gas que rondaba interno
por
su intestino delgado
de
pronto fue liberado
y
se desató un infierno.
Y
ante tamaño fragor
aquel
hombre volvió en sí
y
con loco frenesí
de
allí huyó con pavor.
No
seguimos estudiando
pues
el olor sofocaba
y
todo el personal estaba
con
los tímpanos vibrando.
Los
presentes alarmados,
la
sala desalojada,
carreras
atropelladas
y
un pánico incontrolado.
Incluso
las estanterías
que
son objetos inertes
se
empaparon de la peste
y
algunos libros caían.
Pues
tal olía la cosa
que
alguien, presa de horror
gritó
con voz de tenor:
¡Una
fuga en Celulosa!
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