Basado
en el relato “La morte” de Guy de Maupassant
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En
fecha indeterminada
me
dirigí al cementerio
para
ahondar en el misterio
de
la inmersión en la nada.
Era
tal mi desamparo
al
no encontrar solución
a
esta meditación,
que
las puertas se cerraron.
Pues
me olvidé de la hora
y
encerrado quedé.
De
entrada no me asusté
¿qué
podría hacer ahora?
La
claridad declinó,
y
buscando solución
a
mi triste situación,
la
noche allí me encontró.
Como
no soy timorato
creí
que sería capaz,
en
donde reina la paz,
de
echarme a dormir un rato.
Y
tumbado en una losa
de
la que ignoraba el dueño
comienza
a invadirme el sueño
como
el que no quiere la cosa.
Mas
de pronto me despierta
un
ruido sospechoso.
Me
levanto presuroso
con
los sentidos alerta.
Y
comprobé horrorizado
que
de las tumbas contiguas,
tanto
nuevas como antiguas,
salían
los sepultados.
Hombres,
mujeres y niños.
Mis
miembros atenazados
todo
el cabello erizado,
castañeando
los piños.
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Entonces
pude observar
que
toda esa espantosa gente
me
ignoraban totalmente
y
que erraban al azar.
Un
esqueleto tomó
en
su mano descarnada
una
teja desgastada
y
este epitafio escribió:
«Yo
era un hombre malvado
que
maltrataba a mi esposa
y
ahora peno en mi fosa
hasta
poder ser juzgado.»
«Oh,
Dios mío yo te pido,
–escribió
otro esqueleto,–
que
perdones mi secreto:
¡Engañé
a mi marido!»
Y
llegando de uno en uno,
aquellos
muertos vivían
y
epitafios escribían
en
aquel caos nocturno.
A
la mañana siguiente
un
guarda del camposanto
al
ver mi cara de espanto
se
mostró benevolente.
Y
cuando le confesé
lo
que había acontecido,
no
se mostró sorprendido
al
no ser la primera vez
que
un incauto como yo,
que
es entusiasta de día,
de
noche allí padecía
una
crisis de terror.
Y
pese a su faz resignada
enarbolando
las cejas,
en
el suelo vi una teja
recientemente
raspada.
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José M. Ramos. Pontevedra, 11 noviembre 2011