Cuando tengo que acudir
al doctor por mis dolencias,
debo armarme de paciencia,
aunque me sienta morir.
Y es que mi fibrilación
me produce un gran temor
porque parece un tambor
al latir mi corazón.
Un tambor desafinado
al que mi cuerpo no acepta;
tal desafina la orquesta,
que me siento mareado.
Me ausculta grave el galeno,
me dice lo que ya sé:
«agua
y ajo, Don José»
me arroja en cara de pleno.
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Y yo, cual can apaleado
sonrío condescendiente
demostrando ser valiente
pese a encontrarme cagado.
Y mi cardio con su ritmo
se trata de un reloj barato,
como un mediocre aparato
de esos que venden los chinos.
Y es que el dios que a mí me hizo
no era mal relojero,
aunque he de ponerle un pero:
Y es que no era suizo.
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José M. Ramos. Pontevedra, 20 diciembre 2011