Redondillas
basadas en el relato de Guy de Maupassant “Bola de sebo”
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Esta
es la trágica historia
de
una muchacha admirable
que
de manera imborrable
permanece
en mi memoria.
Al
que la quiera leer
le
diría que es la muestra,
plasmada
en obra maestra,
del
honor de la mujer.
No
transcurre en el medievo,
sí
en el siglo diecinueve
un
día de mucha nieve.
Su
título: Bola de sebo.
La
obra es parte de un plan
pergueñado
por artistas
de
corte naturalista
y
la escribió Maupassant.
Un
día de nieve intensa,
un
grupo de ciudadanos
iban
con desenfado
a
viajar en diligencia.
Una
de las pasajeras,
Bola de sebo llamada,
era
mujer dedicada
al
oficio de ramera.
Los
demás, que eran muy necios,
a
la chica repudiaban
y
de soslayo miraban
a
la moza con desprecio.
Burgueses
con iniquidad,
el
aristócrata altivo,
el
demócrata pasivo
y
monjas de la caridad.
Y
el viaje transcurría
sin
ningún otro percance
cuando
se produjo el trance
de
que el hambre consumía.
Excepto
la prostituta
nadie
llevaba comida,
por
lo que ésta conmovida,
la
suya compartió en ruta.
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Y
los que antes la miraban
como
una mujer inmunda,
ahora
todos la inundan
de
gracias y de alabanzas.
Mas
llegados a un paraje
donde
tomar un descanso,
un
comandante prusiano
prohibió
continuar el viaje.
E
impuso como condición,
para
reanudar la marcha,
yacer
con aquella muchacha
En
un mullido colchón.
Ante
tal proposición
ella
se mostró indignada,
pues
su cuerpo no entregaba
Al
enemigo felón.
Los
demás ante tal ver,
y
temiendo a aquel bandido
que
los había retenido,
la
intentaron convencer.
Mil
argumentos le dieron,
invocaron
sacrificios,
insinuaron
su vicio,
pero
nada consiguieron.
Pero
a tanto llegó el acoso
al
que se vio sometida,
que
al final se vio vencida
y
se entregó al lujurioso.
Y
los que ayer lisonjeaban,
mostrando
su hipocresía,
el
vacío ahora le hacían
y
a la chiquilla ignoraban.
Y
de Rouen hasta el Havre
ella
oculta su vergüenza
mientras
los otros almuerzan
y
ella se muere de hambre.
Amanece
un día nuevo,
y
lágrimas de humillación
concluyen
la narración
de
nuestra Bola de sebo.
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José M. Ramos. 15 agosto 2011