Era
el primero en llegar
a
su puesto de trabajo
y
laboraba a destajo
para
así promocionar.
A
sus jefes lisonjeaba
haciéndoles
reverencias
y
estando en su presencia
inclusive
se arrastraba.
Sus
colegas de oficina
al
ver sus dotes de actor
ante
un simple director
le
tomaron cierta inquina.
Pero
al llegar la hora fatal
en
que hay que decidir
a
quien hay que despedir
porque
sobra el personal,
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El
más claro candidato
de
la lista tan temida
fue
el que hizo de su vida
una
alfombra de zapatos.
Y
con el refranero a mano
solo
puedo constatar
que
por mucho madrugar
no
amanece más temprano.
Aunque
si surge la duda
y
te guía la sapiencia,
mejor
es esta sentencia:
Al que madruga Dios le
ayuda.
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José M. Ramos. Pontevedra, octubre 2011