Historia
de amor presunto
De
un animal y una niña
Que
tras furibunda riña
Se
fueron a vivir juntos.
En
un bosque muy lejano
Donde
no hay cobertura,
Vivía
una niña pura
Con
solo dieciocho años.
Estando
lleno el pluviómetro
Encomendaron
a ésta
Dar
a la abuela una cesta
Que
vivía a diez kilómetros.
Y
como la lluvia era mucha
Dijeron
a esa ricura
Que
para evitar mojaduras
Se
pusiera la capucha.
Una
vez en el camino
Un
lobo la olisqueó
Y
con boca abierta mostró
Sus
afilados caninos.
Y
la niña encapuchada
Ajena
al fiero peligro
Iba
feliz al abrigo
De
la lluvia que mojaba.
Pero
al tomar un atajo
Para
llegar más temprano,
Tembló
la cesta en su mano
Cuando
un ruido la atrajo.
No
era canción melodiosa,
Ni
siquiera pegadiza,
Mas
siendo enamoradiza,
La
niña acudió gustosa.
El
gran lobo abrió sus fauces
Y
Caperucita impasible
Le
dijo con voz audible:
«¿Se
puede saber qué haces?»
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Ante
este inesperado
Proceder
de la muchacha,
Maldijo
el lobo su racha
Del
cazador que es burlado.
«Solo
comerte pretendo»,
Dijo
el can con timidez,
«Pero
aquí hay que pedir vez
Porque
si no, no meriendo.»
La
moza compadecida
Después
del primer embate,
Dio
por concluido el combate
Y
le dijo conmovida:
«Por
ser un lobo sincero,
Que
al diálogo te avienes
Y
maldad tampoco tienes,
Me
parece que te quiero.»
Y
ambos participaron
De
la cesta el contenido,
Con
pollo frito incluido,
Y
ni los huesos dejaron.
Y
al fin el amor triunfó
Y
la abuela desgraciada
Se
murió deshidratada
Pues
la cesta no llegó.
Y
cuando la fueron a ver
Pasados
un par de años,
Solo
encontraron gusanos
Y
unos huesos que roer.
Y
aquella noche de vigilia
Muy
juntos, bajo las ramas,
Al
son del croar de las ranas,
Se
consumó la zoofilia.
Y
cuando la lluvia más moja,
Unos
lobeznos peludos
En
vez de mostrarse desnudos
Llevan
una caperuza roja.
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José M. Ramos. Agosto 2011