Presumido
y orgulloso
era
todo petulancia,
el
colmo de la arrogancia
y
se jactaba de hermoso.
Nunca
estaba dispuesto
a
errores reconocer
ni
daba su brazo a torcer
y
se llamaba Modesto.
La
razón a nadie daba,
y
aunque a veces fue un felón,
jamás
supo pedir perdón
y
Modesto se llamaba.
La
palabra humildad
no
estaba en su diccionario
aunque
sí lo cubrió el sudario
cuando
lo enterró el abad.
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San
Pedro cerró sus puertas
Y
acogieron en el Hades
al
hacedor de maldades
y
al que vive en plena afrenta.
Así
que en el más allá
no
le valió el autobombo
y
por encima del hombro
a
nadie pudo mirar.
Y
como ante el diablo se viera
agachando
la cabeza
rogó
con delicadeza
que
no lo asase en la caldera.
Y
Satanás con un gesto,
de
desprecio y con donaire,
dijo
que ya era muy tarde
para
que fuera modesto.
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José M. Ramos. Cádiz, 30 julio 2011