Erosionada
y vacía
toda
cubierta de yedra
como
un gigante de piedra
la
torre se levanta altiva.
El
enorme torreón
de
mil gestas fue testigo
cuando
el rey santo Rodrígo
defendía
la población.
Incólume
fue la torre
mientras
los hombres luchaban
y
en ellos se despertaban
los
odios y los rencores.
Como
no tenía alma,
ni
sentidos, ni emoción
el
antiguo torreón
siempre
mantuvo la calma.
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Gracias
a sus muros gruesos
venció
el rey D. Rodrigo
al
fiero y vil enemigo
y
el pueblo resultó ileso.
Hoy
en lo alto de una peña
la
torre está abandonada,
sus
gestas ya han sido olvidadas
y
allí solo anidan cigüeñas.
Pero
en noches con estrellas
cuando
la luna está llena,
de
la torre sus almenas
parecen
ser centinelas.
Los
fantasmas de guerreros
que
defienden el bastión
que
un día fue un torreón
y
hoy guarida de rateros.
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José M. Ramos. Tarifa (Cádiz), 21 julio 2011
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