Con el hisopo cargado,
rociando agua bendita,
el niño se desgañita
porque se siente mojado.
Sus gritos llenan la iglesia,
y añado a la mojadura
propinada por el cura,
que el niño tiene dispepsia.
Como grita cual un loco,
pese a tantas bendiciones,
mientras musita oraciones,
la madre se asusta un poco.
Y el párroco siempre rezando,
aparte de estar muy gordo,
pareciera que está sordo
y al niño sigue mojando.
Un padrino muy guasón
dice al oído al compadre:
Habrá que decirle al padre
que detenga el chaparrón.
Y aunque bendita sea el agua
como el cura siga así
vamos a tener que abrir
de inmediato los paraguas.
Y el cura sin inmutarse,
hisopo en ristre regando,
la criatura berreando,
los demás a refugiarse.
Y tal es la bendita ducha,
que incluso los monaguillos
se mojan hasta el tobillo
y han de ponerse capuchas.
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Y uno en la fila tercera,
al que ya le cae el moco,
piensa que el dichoso hisopo
está unido a una manguera
Y el cura tan absorbido
por el afán de mojar
y a todos rebautizar
parece estar poseído.
Un feligrés muy ladino
dice que en la consagración,
el cura llenó el copón
Y se
excedió con el vino.
Unas beatas ya viejas
tienen que detenerle
porque les da pena verle
empapado hasta las cejas.
Y cuando al fin alza la vista
y se ve recuperado
comprende que había emulado
al propio Juan el Bautista
que a Nuestro Señor bautizó
metiéndolo en el Jordán
poniéndole tanto afán
que por suerte no lo ahogó.
Fue la inmersión tan aciaga
que Cristo en su sabiduría,
y debido a ser el Mesías,
se puso a andar sobre el agua.
Y por pasar el mal trago
De un bautizo accidentado
Se encontró necesitado
de realizar tal milagro.
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José M. Ramos. Pontevedra, 25 marzo 2012