Bajo
la bóveda oscura
De
la iglesia monacal,
Los
monjes en su sitial
Oraban
con amargura.
Por
el abad superior
No
les era permitido,
Sin
antes haber sufrido,
Asistir
al comedor.
Las
penurias del cilicio
Serían
las redentoras,
En
sus carnes pecadoras
aplicando
tal suplicio.
El
abad que era maduro
Sabía
que los novicios,
De
carnes prestas al vicio,
No
podían ser impuros.
Pero
enfrentarse al diablo
No
era cosa baladí
Y
mortificándose así
Combatían
el pecado.
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Mas
lo que no supo prever
Es
que el dolor provocado,
En
su más morboso estado,
Es
un tipo de placer.
Y
por mucho que les duela
Todos
están muy contentos
Pues
ponen el instrumento
Y
a diario se flagelan.
Y
ahora en el comedor,
El
único censurable
Que
se siente muy culpable
Es
el abad superior.
Pues
como dice el refrán
Que
casi siempre es certero,
Ha sido peor el remedio
Que la propia enfermedad.
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José M. Ramos. Pontevedra, 8 agosto 2011