El
mayoral y su esposa
segando
estaban los tallos,
y
su hijita de tres años
los
observaba curiosa.
Volvían
los jornaleros
decayendo
la jornada,
cuando
al cruzar la vaguada
se
acercaba un caballero.
Una
vez que se advirtió
al
hombre entre la maleza
con
ínfulas de grandeza,
la
pareja saludó:
«Buenas
tardes, D. Arturo»,
dijeron
al recién llegado,
y
este respondió indignado,
sin
devolver el saludo:
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«Cuando
hoy el gallo cantó
el
trabajo se ha iniciado
¿Cómo
es que habéis acabado
cuando
la noche aún no entró?»
El
campesino en susurros,
contestó
con desazón:
«La
niña tuvo una insolación
y
está enferma, D. Arturo.»
Y
el cacique despiadado
dijo
al pobre mayoral:
«Descontaré
del jornal
El
día desperdiciado.»
Y
el otro, flaco y con canas,
contestó
con humildad:
«Gracias
por su bondad
dejándonos
seguir mañana.»
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José M. Ramos. Tarifa (Cádiz), 20 julio 2011