Como dice un argentino,
Imaginate
la guita
si tuviese una varita
que transforme el agua en vino.
Y ya de pedir sugiero
a ese mágico utensilio
que acuda raudo en mi auxilio
y sea Ribera de Duero.
Y dado que el agua moja,
e insípido es su sabor,
tendría mucho valor
que el vino fuese rioja.
A esos deseos me ciño,
pues no quisiera abusar,
mas puestos a demandar,
que también sea albariño.
Y si en mi empeño no cejo,
con la mágica varita,
haría que de la espita
manase escocés añejo.
Vino, whisky o aguardiente…
iría gritando eureka
a montar la vinoteca
y a registrar la patente.
Sería más dios que Baco,
se acabarían mis penas
y el dinero a manos llenas
rebosaría en mi saco.
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Y aunque es rizar el rizo
pretender esa proeza,
no resulta una rareza
pues Jesucristo lo hizo.
En las bodas de Canaan
Se sirvió un vino corriente;
Llegó Jesús complaciente
Y para todos champán.
Pero Él no gestionó
el potencial de su acto,
tal vez por cuestión de tacto
o porque era hijo de Dios.
Yo considero un estrago
que si el agua se hace vino,
ribera, rioja o fino,
no se aproveche el milagro.
Si yo tuviese el poder,
ni tacto ni mil puñetas,
que bien vienen las pesetas
para vivir como un rey.
Yo no pierdo la esperanza
e investigo con afán
lo que Cristo hizo en Canaan
durante aquella pitanza.
Locura me diagnostican,
pero si logro la hazaña
tras la muerte y su guadaña,
Seguro me beatifican.
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José M. Ramos. Pontevedra, 26 marzo 2012.