Basado
en el relato de Villiers de l’Isle Adam, “La esperanza”
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La
Inquisición
lo encerró
por denuncias insidiosas,
le pusieron las esposas
y un monje lo torturó.
En aquella oscuridad
de un siniestro calabozo
se encontraba el pobre mozo
perdida su libertad.
La situación perduraba,
a diario torturado,
y en su cuerpo lacerado
se confundían las llagas.
Pero pasado ya un mes,
en la celda un monje entró.
Esta vez no le tocó
pero le exhortó a la fe.
Y cuando se fue el religioso
olvidó cerrar la puerta
que jamás estaba abierta
debido a un grueso cerrojo.
Al principio tuvo dudas
y pensó que volverían
con toda la ferretería
que usaban en las torturas.
Esperó atormentado
pero las horas pasaban
y la puerta no cerraban
¿estaría liberado?
Abrió la puerta entornada,
y con mucha precaución
el reo se aseguró
de que nadie vigilaba.
Salió de aquella prisión
y aun con dolor de caderas
subió por las escaleras
que daban a un corredor.
Nadie se encontraba allí,
ni un monje ni un vigilante.
Caminó hacia delante
sin saber a donde ir.
Caminando y sin volverse,
tras él pasos escuchó.
El pánico lo invadió
y buscó donde esconderse.
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Mas en el pasillo austero
nada podía ocultarle
Pronto iban a alcanzarle
por lo que se arrojó al suelo.
Y temblando por la duda,
el dolor y las torturas
que ahora serían más duras
por ese intento de fuga,
el hombre se quedó quieto
y casi un monje lo rozó
cuando a su lado pasó,
mas lo ignoró por completo.
Él se quedo acurrucado
mas no podía ser cierto.
No lo habían descubierto
y estaba anonadado.
Ante ese desconcierto
fue cuando se planteó
que si el monje no lo vio
quizá es porque había muerto.
Y en el claustro monacal
siguió el hombre tiritando,
con angustia y meditando
el siguiente paso a dar.
Se levantó presuroso
tras el susto del momento.
Un portalón del convento
se le apareció hermoso.
Dios con su gran bondad
era todopoderoso
mostrándole un milagroso
portón a la libertad.
Empujó alborozado
aquel portal salvador
y vio el sol deslumbrador,
los trigales y el ganado.
Dos campesinos lo vieron
y a sus familias contaron
que dos monjes lo alcanzaron
y al hombre detuvieron.
Y allí, a punta de lanza,
aquellos soldados-curas
refinaron la tortura
al
destrozar su esperanza.
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José M. Ramos. Pontevedra, 2 enero 2012