Con
un poco de pimienta
Y
algunas otras especias,
Un
potaje de lentejas,
Preparaba
Cenicienta.
Pero
se le olvidó la sal.
Sus
hermanastras malvadas
La
insultaron indignadas
Y
la trataron muy mal.
Lo
que primero le hicieron
Fue
castigar de inmediato
Haciéndole
fregar los platos
E
ir al baile le prohibieron.
Y
las dos, las muy cobardes,
Fueron
a dormir la siesta
Pues
comenzaba la fiesta
A
las siete de la tarde.
Cenicienta
en su cuartucho
Lloraba
desconsolada,
Pues
estaba ilusionada
Y
el baile anhelaba mucho.
Cuando
en un gran fogonazo
Apareció
una hadita
Que
con mágica varita
Le
golpeó en el brazo.
Y
tras un vértigo fatal
Vestida
se vio elegante,
Al
cuello con un brillante
Y
zapatos de cristal.
Y
una calabaza vio
Conducida
por ratones
Que
el hadita con sus dones
En
carroza transformó.
Y
allá se fue tan contenta
Al
baile del regio palacio
Cuyo
principie era un lacio
Y
la música muy lenta.
Pero
cuando vio al portero
A
tal bella abrir la puerta,
El
príncipe pidió a la orquesta
Paquito el chocolatero.
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Y
bailando a troche y moche
El
príncipe y Cenicienta
Disfrutaron
de la fiesta
Danzando
toda la noche.
Mas
medianoche se hizo
Y
Cenicienta alarmada
Corrió
rauda y asustada
Pues
se rompía el hechizo.
Y
en carrera desigual
Atrás
dejó olvidado
Sin
serlo premeditado,
Un
zapato de cristal.
Y
después de aquel suceso
El
príncipe de aquel Estado,
Al
haberse enamorado,
Cayó
en profundo embeleso.
No
había otra solución
Que
hallar a la propietaria,
Un
poquito estrafalaria,
Del
zapato y su tacón.
Y
soldados del palacio
Tierra
y cielo removieron,
Mas
encontrar no pudieron
A
quien sirviese el zapato.
Y
en el piso abuhardillado
Donde
Cenicienta estaba
Sus
hermanastras malvadas
Se
probaron el calzado.
Ni
les entró a la de tres
Pues
eran gordas y feas,
Y
aunque no te lo creas,
Se
le transmite a los pies.
Pero
al llegar Cenicienta
Y
el zapatito encajó,
El
asombro fue mayor
Al
ser ella una sirvienta.
Asando
están las perdices
Y
el cuento conocéis,
Por
lo tanto ya sabéis
Quienes
van a ser felices.
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José M. Ramos. Agosto 2011