De
sus primeros escritos
se
desprende el corolario
de
que el joven fue un plagiario
y
un cabeza de chorlito.
Plagió a Guy de Maupassant,
a
D’Annunzio, el italiano.
Todavía con dos manos
escribía
Valle Inclán.
Por su
gran fogosidad
y
carácter pendenciero,
retó
a duelo a un tal Agüeros
por
saciar su vanidad.
Cierto
día otro escritor,
cuyo
apellido era Bueno[i],
poniendo
a reyerta freno,
su
siniestra cercenó.
Y
Valle, ¡oh, cruel ironía!
fue
émulo de Cervantes,
pues
cuando compraba guantes
de
uno en uno lo hacía.
Y
aquel joven ufano,
tan
amigo de sentencias
y
de excéntrica presencia,
tan
solo tuvo una mano.
Su
fama no la fue tanto,
más
bien quiso seguir la estela,
aunque
no llegó a las suelas,
del
gran manco de Lepanto.
|
En
uno de sus momentos
de
más grande lucidez
se
ausentó su estupidez
y
creó los esperpentos.
Su clamor se propagó
incluso
allende los mares,
y
a pesar de los pesares
la
Academia
lo ignoró.
Y
cuando le llegó el fin
más
de uno se alegró
diciendo
que le llegó
al
cerdo su San Martín.
Pues
su pose de poeta,
despertaba
odio y rechazo
y
solo utilizaba un brazo
para
mostrar la peineta.
Aunque
hoy se le recuerda,
es
objetivo de aves
y
por mucho que lo laves
su
busto nada en la mierda,
Porque
todo monumento
que
erijamos en su honor,
siempre
va a ser receptor
de
avícolas excrementos.
|
José M. Ramos. Pontevedra, septiembre 2011
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